Textos sueltos

Cartas, notas de su Diario y fragmentos de reportajes dan cuenta de sus orígenes, los barrios porteños ligados a su infancia, los comienzos de su vocación literaria y el inicio de su militancia política y feminista.




Tatarbunar: la sangre no está callada.

Fragmento de una carta dirigida el 28 de octubre de 1960 a Fermín Estrella Gutiérrez, miembro de número de la Academia Argentina de Letras, y por entonces presidente de la Sociedad Argentina de Escritores, SADE.

“... Un poco al margen, tal vez, y porque lo sé tan lleno de buena voluntad para todos, quiero contarle algo con respecto a la vieja Rumania. Mi madre era rumana, de una pequeña aldea llamada Tatarbunar. Entre otras delicias, para toda la aldea había un excusado para hombres y otro para mujeres. Después de la Primera Guerra Mundial ,los campesinos de Tatarbunar se levantaron contra los señoritos que los explotaban. Hombres, mujeres y niños fueron masacrados. Un gran escritor, que era también una gran conciencia combatiente, dejó registrada esa carnicería, antecesora de las de Guernica y Lídice, en un libro sobre el terror blanco desatado en Europa; era Henri Barbusse. En mí siempre resuenan las palabras de mi abuela: “La sangre derramada no está callada”. Así es, de esa sangre derramada por la humanidad a través de los siglos crecen flores y veranos”.

Del Diario personal, en 1978. Tatarbunar pertenecía entonces al imperio zarista

“Allá, en los orígenes de una aldea de Rumania, llamada Tatarbunar (pueblo de tártaros), busco alguna explicación de mi propio ser. Es estremecedor saber que los antepasados de uno vienen de las lejanas estepas del Asia, tal vez, o que algo de esos primitivos pobladores ha pasado a otras generaciones por carriles desconocidos. Aunque los sucesores de esos belicosos tártaros fueran después los campesinos judíos de la pequeña aldea de Tatarbunar. Sin embargo, esos pobres campesinos judíos algún parentesco debían tener con los primitivos tártaros: su espíritu indomable y levantisco”.




Palermo y el tango

Durante toda su vida, Fina fue una moradora de los barrios porteños de Palermo y de Belgrano. Nació, como era habitual entonces, en la propia vivienda familiar, sobre la calle Uriarte, en ese Palermo viejo que cantó Borges, y allí pasó su niñez hasta que sus padres se mudaron a un departamento a pocas cuadras. Luego, en 1937, al casarse con Ernesto Giudici, fue a vivir a Belgrano, donde pasó el resto de su vida. En el cuarto-dormitorio de la casa tenía un pequeño escritorio donde realizó toda su obra, sus traducciones, sus artículos, sus lecturas. En algunos poemas del libro inédito Color de siete días, F.W. evoca su viejo barrio natal, y en algunos de sus cuentos (“Vender un recuerdo”, que integra el libro Hombre-tiempo), aparece tangencialmente el barrio de Belgrano y la implacable piqueta que fue borrando su viejo rostro. Pero fue en la Plaza Alberti (en Arcos y Manuel Ugarte) donde encontró la inspiración de El retorno de la primavera, primera novela que la instaló como una narradora de fuste. La originalidad de esta obra, que destacaron con unanimidad los críticos literarios (ver Críticas literarias), reside en que toda su trama gira en torno a una plaza, esa plaza Alberti, vecina por entonces de una zona de importantes fábricas textiles que empleaban numerosas obreras. En marzo de 1964, en una carta al pintor Juan Carlos Castagnino, le escribía:

“Querido Juan:

Acabo de ver tu exposición sobre motivos de tango(1). Quiero escribirte enseguida bajo la impresión primera, siempre la más auténtica, que es de deslumbramiento, o mejor dicho, de encandilamiento. Entré y me sentí envuelta como en un mar de luz, como si hubiera mirado el sol y toda esa luz hubiera caído sobre mí en miles de puntos de colores. Esa fue mi impresión, la luz echa color. (...) De los dibujos me asombró la exactitud de los tipos del arrabal; hay mucho estudio y observación y por lo mismo uno debe estudiarlo como si fuera un texto, suma de conocimientos sobre un pasado que nosotros hemos vivido y que la nueva generación apenas puede conocerlo por la exhumación crítica o artística. Mejor esta última. (...) Conversando con (Leónidas) Barletta(2) sobre estas cosas le decía que yo he sido una muchacha de ese barrio de Palermo cuyas viejas calles Darragueira, Soler, Paraguay, Guatemala, todavía se han salvado de la piqueta y de los pisos en propiedad horizontal. Con sus desparejos empedrados y sus casas con balcón. Por una casualidad igualmente extraña Barletta vivía a una cuadra de mi casa. Yo viví el tango simplemente como muchacha que bailaba, como todas las chicas del barrio. Y que cada semana iba religiosamente a la cigarrería de la esquina a comprar el tango nuevo –de la semana también- que se exponía dentro del localcito colgado de una soga de lavar la ropa. El domingo venían a casa chicas y muchachos vecinos y se bailaba mientras la que aporreaba el piano metía de contrapunto unos acordes desafinadísimos mientras con la derecha hacía unas variaciones que nos dejaban sin aliento. Todo con corte y unos ochos como para sacarnos el estómago por atrás. (...) Y como tengo un poema que se titula precisamente Tango con tonada mía también (algunos lo han oído: Wernicke, Larra, Lila Guerrero) quiero que me permitas dedicártelo. Es un modesto homenaje a tu talento y a tu gran corazón.

Fina”.

(1) Se refiere a la muestra Motivos de Tango y presentación de la carpeta “Tango, canción de Buenos Aires”, de Juan Carlos Castagnino, realizada en la Galería Lascaux, marzo de 1964.

(2) Leónidas Barletta. Novelista y dramaturgo, fundador del Teatro del Pueblo, el primer teatro independiente de Buenos Aires.




Detrás de mucho tiempo...

(“Para Marcelo, que pronto cumplirá dos años.”) Del Diario personal, 2 de mayo de 1970

El Parque Lezama debe ser uno de los paisajes más repetidos de mis sueños. Voy a ir con Marcelito a verlo de nuevo. Ese parque que no veo desde mi infancia. Para mí es el misterio. Sé que en él hay barrancas, espacios redondos, bordeados de escalinatas, balaustradas blancas y ánforas. Un mundo mágico. Antes de volver a él con mi nieto, por primera vez -siempre quise sin decidirme a hacerlo- intentaré evocarlo de acuerdo con lo que se conserva en mi memoria sin que se superponga una imagen reciente.


Detrás de mucho tiempo, en el viento
de la sombra,
la extrañeza de muchas espirales,
círculos blancos suspendidos en un sueño
que enciende otros aromas.

Detrás de mucho tiempo,
la ondulada memoria de escalinatas blancas
bajando hacia nuevas rotondas
como estanques vacíos.
Todo está en el recuerdo de los años perdidos.

Bajando siempre desde los altos muelles
por las copas de mármol del silencio,
hacia el miedo y la noche.
En el centro de la tarde estoy yo
llevada de la mano por sombras queridas.

Era domingo entonces, detrás de mucho tiempo,
y el invierno en el parque
escondía sus soles.
La eternidad jugaba con nosotros
y pájaros blancos abrían el camino.




Sobre naufragios e iniciación literaria

Fragmento de una entrevista, en 1980, al cumplirse medio siglo del hundimiento del Monte Cervantes, buque turístico que, como el Titanic, realizaba su viaje inaugural con pasajeros de clase media alta. Al chocar contra una roca que le produjo una rajadura a todo lo largo de la bodega, se hundió en contados minutos en la desembocadura del Canal de Beagle, el 22 de enero de 1930, frente a las costas de Tierra del Fuego, en el extremo austral del planeta. F.W. se encontraba con su madre y sus tres hermanos a bordo del buque.

“Hace un tiempo, al remover mis anotaciones para una próxima novela, me encontré con esta frase enigmática: Todo libro debería comenzar con un naufragio. Afirmación general y categórica que, según creo, ni lejanamente se refería al caso concreto del naufragio del Monte Cervantes. Recapacitando ahora sobre este hecho me extraña lo poco que ocupó mi mente en los años transcurridos desde entonces. Así pues, al hablar de naufragio me refería, más bien, a mi constante obsesión por el accidente, lo imprevisible y fortuito que, en gran medida, determinan el destino de una vida. Y como todo libro es una vida y toda vida es un libro, mi frase se refería al hecho de que toda vida comienza con un accidente, el de nacer. Y en el caso concreto del naufragio del Monte Cervantes, como después de todo accidente, se decía que habíamos nacido de nuevo. Por aquel entonces, era una jovencita que empezaba a vivir y ni sospechaba siquiera que mi verdadera vocación, entre otras cosas que me interesaban, sería la literatura. Por lo tanto, en mi mirada de los hechos no hubo ni el más ligero atisbo de ulteriores intenciones literarias. Aunque, sin saberlo entonces, mi espíritu ya buscaba y registraba imágenes”.




La muerte de Medina Onrubia

De una carta enviada a Helvio Botana, hijo de Salvadora Medina Onrubia, el 26 de julio de 1972. Nacida en 1894, docente y escritora, S.M.O. inició su actividad literaria en 1918. Colaboró en La Nación, El Hogar, Caras y Caretas, P.T.B. y otras publicaciones. Fue autora de una decena de piezas dramáticas y propulsora del teatro para niños. Estuvo casada con Natalio Botana, el mítico creador del diario Crítica, que ella dirigió entre 1946 y 1951 luego del fallecimiento de su esposo. Las biografías actuales la presentan como “personal y sincera en sus enfoques”, un eufemismo para eludir su militancia feminista.

La muerte de Salvadora Medina Onrubia, por tantos años ausente de la noticia periodística, me trajo, junto con el sentimiento de su pérdida, como intelectual y como mujer que había sabido iniciar en el país el movimiento por los derechos femeninos, un cúmulo de recuerdos tanto más entrañables cuanto que están ligados a la época de mi juventud. Me inicié en la acción revolucionaria allá por el año 1935, bajo la advocación del Movimiento Femenino Antiguerrero, que organizaba un Congreso Nacional al cual Salvadora dio su decidido apoyo. Ella habló en el acto inaugural y, además, varias reuniones preparatorias se hicieron en su casa que nos facilitó generosamente, cuando muchos rehuían el compromiso. Por esa época, creo, se estrenó Las descentradas, que me causó fuerte impacto. Siempre sentí muy profundamente el problema de la desigualdad de la mujer en la sociedad y, sobre todo, los prejuicios que, por aquel entonces, convertían su vida en un verdadero infierno. Es por ello que recuerdo con particular simpatía la labor realizada por Salvadora en este aspecto y como ahora resurge el movimiento feminista en el mundo, ella tendrá sin duda un lugar en el recuerdo de éste.

Si le relato todo esto es porque pienso que, tal vez, le guste conocer algo de lo mucho que su madre realizó. Generalmente se ignora lo hecho por la generación anterior, lo que significaba entonces afrontar la burla del público, sobre todo de los hombres, cuando en alguna esquina de Buenos Aires, subíamos a un pequeño estrado de madera y empezábamos a hablar mientras un escalofrío nos recorría la espalda. ¡Hubo que vencer tantos prejuicios! Una muchacha tenía que estar a las nueve de la noche en su casa y sentarse a la mesa con sus padres. Todo esto pertenece al pasado pero no deja de ser cierto que abrir un camino de liberación es más duro y difícil que seguirlo luego. Nosotros, y entre todas, Salvadora, lo hemos abierto.




h3>Carta a Héctor Agosti

Carta dirigida a Héctor P. Agosti, máximo referente cultural del Partido Comunista de la Argentina y responsable de la Comisión Nacional de Asuntos Culturales del PCA.

Estimado Héctor:

Con sorpresa y también con indignación veo en Cuadernos la mesa redonda de la que se me ha excluido (1). Respeto y estimo la obra de los camaradas que la han integrado pero no me creo inferior a ellos. Solamente con El Retorno de la primavera y La Casa Modesa tengo asegurado un lugar en la literatura argentina y además en la literatura revolucionaria. A diferencia de otros escritores y artistas que soslayan la militancia cuando hacen sus obras, yo nunca he disociado ambas. Por eso, hasta un crítico de la burguesía (el diario La Nación) pudo decir de La Casa Modesa que yo intentaba hacer “arte revolucionario”. En efecto, así era y creo que ha sido el primer intento en el mundo que se me ha de reconocer con el tiempo. Arte revolucionario, no crónica revolucionaria. Desgraciadamente no hubo sensibilidad en los críticos del partido para comprender esta obra y su gran trascendencia. En cuanto a El Retorno de la primavera se anticipa a la nueva ola en diez años. Por eso los que la leen enseguida la ven cinematográficamente. Porque responde a la técnica cinematográfica de la nueva ola. Desgraciadamente no nací en París sino en Buenos Aires. Está demás decir que Cantos de mi Domingo no podía ser silenciada sino por la crítica burguesa. Nunca por la partidaria. Tengo además una enorme cantidad de artículos publicados sobre diversos temas que manifiestan mi cultura casi enciclopédica. Si las dificultades que soporta todo hogar comunista no me lo hubieran impedido, a estas horas mi obra publicada (por lo que tengo terminado o casi) sería enorme. Además porque mi conciencia militante y mi orgullo partidario me han impedido acercarme a los clanes literarios dominantes. Así pues tengo mi obra literaria y tengo también una militancia probada; de modo que si se hubiera limitado el número de la mesa por algún motivo que no privó en el caso de la mesa sobre poesía, era lógico que todos los antecedentes se tuviesen en cuenta. Estoy segura, además, de que pocos militantes tendrán a su favor una crítica tan efusiva como la que ha acogido mis libros.

¿De dónde proviene pues este olvido o como se le quiera llamar que reitera otros muchos que se repiten con molesta insistencia? Admitamos por un momento que algunos o muchos jóvenes puedan no conocer mi obra; pero es que siempre a la gente hay que orientarla, no ir a la cola de ella. Pues ahí estaba tu papel orientador, tu papel de camarada que respeta a otro camarada como intelectual y como militante. Saber enseñar también a los nuevos lo que cuesta y lo que es una vida dedicada sin claudicaciones a una causa. Evidentemente, no sabés valorar mi obra ni a mí misma como persona. No sabés ver que yo soy una verdadera artista; por eso tal vez mis obras, de primera intención, pudieran a algunos no ser inmediatamente accesibles; no es que sean impenetrables sino que tienen una calidad de finura y de gusto que las aleja de lo vulgar o de lo que está de moda pasajera. Todo aquello que no imita o repite produce una resistencia. Eso no me preocupa. Me resulta lamentable que esa actitud provenga de vos. También me ha resultado doloroso saber que en la mesa de poesía no le hayas dado a Raúl(2) la facultad de cerrarla teniendo en cuenta que los demás, respetables muchachos que recién se inician, no podían estar nunca a la altura de Raúl o en un plano equiparable. Hubiera sido lógico darle esa prueba señalada de respeto a su personalidad.

Nada de esto alienta para proseguir; pero uno sabe que todo esto es demasiado humano y sigue adelante porque se tiene una conciencia insobornable que no quiere claudicar.

Cordialmente,
Fina

(1) Se refiere a Cuadernos de Cultura, dirigida por Agosti. En la citada mesa, publicada en el número 48 (julio-agosto de 1960) con el título Problemas de la novela Argentina, participaron Estela Canto, Roberto Hosne, Raúl Larra y Andrés Rivera. En el número siguiente (septiembre-octubre 1960) se publicaron tres opiniones críticas a algunas consideraciones de los participantes, suscriptas por Alfredo Gravina, José Martino y Ariel Bignami, pero no la carta de F.W. Tampoco fue contestada por Agosti.

(2) Se refiere a Raúl Gonzalez Tuñón.